El próximo domingo 2 de octubre 156 millones de brasileños, la mayoría mujeres, protagonizarán la consulta republicana más importante en la historia del país, ya que estarán eligiendo entre desarrollo y atraso, entre pasado y futuro, entre la democracia (aún la formal) y el proyecto protofascista en marcha, entre el progresista Lula da Silva y el ultraderechista Jair Bolsonaro.
Por Juraima Almeida
En estos comicios se elegirán presidente y vicepresidente, gobernadores, diputados, senadores y legisladores regionales. Brasil, el país más rico de América Latina, tendrá en poco más de una semana un polarizado combate electoral, cuyo resultado dejará secuelas mucho más allá de sus fronteras.
A pesar de las declaraciones de aliados de Jair Bolsonaro, que pusieron en duda los resultados de las encuestas electorales, la más reciente de Datafolha aumentó el clima de desánimo en la campaña del candidato a la reelección al dejar en claro la posibilidad de que el dos veces presidente Luis Inacio Lula da Silva gane en primera vuelta.
El muestreo mostró que el rechazo a Bolsonaro se consolidó en el 52% de los votantes y las intenciones de voto a su favor quedaron en el 33%, contra 47% de Lula, porcentaje que va en alza. Datafolha también simuló una segunda vuelta y confirmó el favoritismo de Lula:en caso de que el balotaje sea necesario, el líder progresista sería elegido con el 54% de los votos frente al 38% del actual presidente ultraderechista.
En privado, los aliados ya culpan a Bolsonaro por los errores recientes, como los ataques a mujeres periodistas y candidatas, el uso electoral del funeral de la Reina Isabel II y la apropiación política de los festejos del bicentenario de la Independencia, cuando hizo un discurso declarándose ‘inquebrantable’, señala el periodista Gerson Camarotti.
Pero Bolsonaro hace sus últimos disparos sin sentido. En Minas Gerais quiso “descalificar” a Lula, atacando a los gobiernos de Colombia, Nicaragua y Venezuela: “Todas las mañanas me despierto, me arrodillo, rezo un padrenuestro y le pido a nuestro Dios que nuestro pueblo brasileño nunca sienta los dolores del comunismo”, dijo. Y aseguró que el presidente colombiano Gustavo Petro, “un viejo amigo de Lula da Silva”, fue a la ONU para “defender la liberación de la cocaína”.
La estrategia de Lula en los últimos días de campaña ha sido la de buscar el voto útil de los electores que aún apuestan en terceros candidatos para intentar garantizar su elección en la primera vuelta, apelando al apoyo de los seguidores del laborista Ciro Gomes, tercer candidato más votado en las presidenciales de 2018 (con 7% en las encuestas), y a los de la senadora Simone Tebet, aspirante por los principales partidos de centro del país (5%).
Con esta estrategia, a poco más de una semana de la elección, la ola Lula tomó un impulso impresionante y sacudió los pilares de esas dos candidaturas. El ex presidente Fernando Henrique Cardoso dejó de apoyar a Tebet y se inclinó por Lula. Y, como resultado, la posibilidad de la victoria de Lula en la primera vuelta aumentó.
Los sondeos muestran que hay electores optando por el voto útil, pero lo que va a definir si Lula es elegido en la primera vuelta o no va a ser el nivel de abstención: Lula podrá obtener más de la mitad de los votos válidos, pero una abstención elevada puede perjudicarlo.
El voto por Lula no puede desligarse políticamente del voto por los parlamentarios, en todos los niveles, especialmente en el federal, ya que esta decisión, cualquiera que sea, dará forma a las próximas décadas del país y quizá del subcontinente. El cuadro, de este modo, repele la neutralidad: la insólita búsqueda de una tercera vía inexistente es un intento de disfrazar una alianza vergonzosa con la ultraderecha.
La elección de Lula es fundamental para sacar a la extrema derecha civil-militar gobernante, creando condiciones políticas, sociales e institucionales para su enfrentamiento, que será la tarea política primordial en los próximos meses.
Hay algo que la oposición democrática no puede dejar de considerar: Derrotado electoralmente, Bolsonaro permanecerá en escena como el gran líder de la extrema derecha, el mayor líder popular que el campo reaccionario formó en Brasil, que aún suma el 35% del apoyo electoral, según las últimas encuestas.
Aunque aún sigue en la pelea electoral, el final de Bolsonaro dejará un vacío que la derecha tendrá que llenar. La interrogante es si la extrema derecha podrá reorganizarse y volver al poder. Los politólogos que ya se equivocaron en 2018, cuando subestimaron a Bolsonaro, ahora sobrestiman la capacidad de supervivencia del fascismo y su protagonismo político, con o sin su líder. La extrema derecha agrupada en torno a los militares que lo instruyeron no puede sobrevivir sin él.
Bolsonaro cumplió su función, tras el golpe de Estado contra la presidenta Dilma Rousseff y el encarcelamiento de Lula, pero se agotó como empalme capaz de sustituir al “tucanismo” del derechizado Partido de la Social Democracia Brasileña (PMDB). No hay sustituto para lo que fue y lo que dejó de ser.
Consciente de este proceso, Ciro Gomes asume, de hecho, el papel de cable electoral del bolsonarismo. La insistencia en la candidatura inviable, en contra de los intereses del país, amenazando el proceso democrático, crea condiciones para una posible segunda vuelta, enterrando el legado laborista de Leonel Brizola, el Partido Democrático Trabalhista (PDT) y el Partido Trabalhista Brasileño (PTB).
Para el progresismo brasileño parte del punto de partida, impuesto por los hechos, de, elegir a Lula en primera vuelta, evitando un balotaje. Para que a Lula no se le pueda disputar su elección, ni cuestionar su toma de posesión, necesita una amplia mayoría en la primer vuelta. Pero también necesitan evitar que su gobierno se descarrile, como lo aconteció con el de Dilma Rousseff, por una Cámara de Diputados que terminaría comandando la deposición de la presidente, a pedido de los empresarios y la derecha.
Eduardo Cunha, entonces presidente del Parlamento, salió de escena, y la dirección del “centro” fue asumida por el diputado Arthur Lira, de la misma calaña de Cunha, pero más competente y violento. Lira hace campaña por la reelección a la presidencia de una Cámara que controle el presupuesto, y por ende controle los recursos del Ejecutivo.
La manipulación allana el camino para el chantaje y la malversación, una historia conocida en sus más variados matices y consecuencias indeseables, señala el ex ministro de Ciencia y Tecnología Amaral.
Lula toma las calles
Bajo la máxima de que una manifestación total en la calle es una victoria completa, líderes de movimientos populares convocaron a actos para apoyar al ex presidente y candidato brasileño Luiz Inácio Lula da Silva. Las coordinaciones estaduales y municipales de la acción proselitista planificaron, organizaron y estimularon la realización de caminatas, adhesivos, banderas y panfletos en sitios de gran circulación.
Las acciones son fundamentales para estimular la asistencia a las urnas y puede ser determinante para alcanzar la victoria del domingo próximo. Un último gran acto político cultural híbrido, con participantes presenciales y virtuales, llamado Brasil de la Esperanza con Lula, se programa para el lunes 26 de septiembre, en Sao Paulo, con artistas del calibre de Caetano Veloso, Chico Buarque y Anitta, para tratar de generar una ola a favor del ex presidente en la última semana de la campaña electoral al sufragio.
“Cambia tu voto hoy, piensa en el mañana, cada cambio de voto es coraje, resistencia, esperanza, cambia el voto hoy por el futuro de un país”. Un vídeo con un pegadizo jingle cantado por artistas populares, entre ellos Caetano Veloso, Gal Costa y Daniela Mercury, empezó a inundar las redes sociales ante el tramo final de la campaña presidencial en Brasil.
Los cantantes transforman frente a cámara la clásica señal con sus dedos pulgar y medio como un revólver, popularizada por el ultraderechista Jair Bolsonaro, en el gesto de la letra «L» de Lula. «Mira el futuro, dale un lápiz a los niños y sácales el arma», repiten miles de ciudadanos.
Juraima Almeida es investigadora brasileña, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).